"SÁBADOS DE MERCEDES"
BLOGBUS: CASANDRA
"Página en blanco"
Corrió el visillo de la ventana y vio que chispeaba en la calle. Hacia tanto tiempo que no salía solo de paseo, su familia no lo dejaba salir sin la compañía de alguien que le acompañase. Le habían dicho que para salir de la casa, tenía que hacerlo en compañía de algún familiar o alguien conocido. Pero llevaba una eternidad sin hacerlo y hoy precisamente le apetecía mucho. Sin pensárselo dos veces, abrió la puerta de la calle y se encaminó sin rumbo fijo hacia ninguna parte. Le apetecía caminar mucho y sin dirección fija, improvisando, a lo que surgiese. Que el aire fresco de la mañana le diera de lleno en la cara, notar esa sensación tan placentera nuevamente y que no había gozado hacía bastante tiempo.
No recordaba el tiempo que llevaba en la calle, las fuerzas le flaqueaban y se sentía algo cansado, necesitaba sentarse un rato y reponer fuerzas. Desconocía porqué había salido, ni cuándo había comido la última vez, ni tan siquiera qué es lo que estaba haciendo allí y por qué estaba fuera de su casa. No sabía ni llegaba a entender lo que estaba sucediendo, no recordaba absolutamente nada.
Siguió andando y se adentró en una avenida bordeada de flamboyanes coronados de flores rojas, no recordaba si los había visto en otra ocasión, pero le parecieron bellísimos. - Se dijo en voz alta: - "Árboles de fuego". Pensando a continuación: - ¡Qué cosas tiene la naturaleza y qué curiosas!
- ¿De dónde habré sacado yo que se llaman así?
Al final de la avenida de los flamboyanes, pudo encontrar un banco para reposar su fatiga. Se abandonó a él sin oponer ninguna resistencia, era como si estuviera en casa nuevamente. Fijó su mirada en la bandada de palomas que comían cerca de sus pies, y se dejó ir con el rostro imperturbable y la mirada impasible. El tiempo transcurría inexorablemente, pero él ya no controlaba su paso ni tampoco le importaba gran cosa. Hacía tiempo que se encontraba en su particular mundo, donde no hay memoria ni existen los recuerdos. Ya no se cuenta nada, no se relata ni se escribe ninguna palabra y sólo está la pagina en blanco.
El hombre de la gabardina azul, seguía sentado en el banco; inamovible, aterido de frío, con la mirada ausente. El no lo percibía y no se había dado cuenta, pero de una manera inconsciente se había hecho intemporal. Seguía con la mirada fija donde comían las palomas, viéndolas como se movían de un lado para otro, peleándose entre ellas y tratando de comer el mayor número posible de granos. Seguía imperturbable, inmune al frío y a la lluvia, de vez en cuando se movía un poco rompiendo el prototipo de la estatua.
Mucha gente que retornaban a sus casas después de sus faenas cotidianas, volvieron a reencontrarse con el hombre de la gabardina azul sentado en el mismo sitio, pero mucho más mojado que en la mañana. Muchos pasaron por él indiferentes, tenían prisa por llegar, no era su problema. Otros no podían disimular la sonrisa y comentaban: - será inofensivo - estará loco - habrá tomado alcohol o tal vez estará bajo el influjo de las drogas. Mantenían las distancias, y no había ningún intento de acercamiento para ver que ocurría. Los de buen corazón, los solidarios, se pararon para ver que estaba sucediendo. Era algo inusual ver a una persona de la mañana a la noche, sin moverse y en la misma postura sentada en el mismo banco durante tantas horas. Algo extraño ocurría.
Se acercó sigilosamente al banco y en un tono mesurado y muy cortés le preguntó:
-Señor. ¿ Está usted bien? ¿Le ocurre algo ?
No obtuvo respuesta, ni tan siquiera una mirada. Se sentó junto a él para darle confianza y comprobó que estaba empapado hasta los huesos. Con sumo cuidado comenzó a desabrocharle la gabardina, para poder quitársela y ponerle la suya seca. En la operación de quitarle la prenda mojada, observó que le colgaba del cuello una placa de identificación.
No pasó ni media hora, que los hijos de Don Tomás - el profesor de bótanica - lo recogieran y lo llevaran de vuelta a su casa. No sin antes agradecerle infinitamente a la persona que les había llamado por teléfono, avisándoles donde poder recoger a su padre.
No recordaba el tiempo que llevaba en la calle, las fuerzas le flaqueaban y se sentía algo cansado, necesitaba sentarse un rato y reponer fuerzas. Desconocía porqué había salido, ni cuándo había comido la última vez, ni tan siquiera qué es lo que estaba haciendo allí y por qué estaba fuera de su casa. No sabía ni llegaba a entender lo que estaba sucediendo, no recordaba absolutamente nada.
Siguió andando y se adentró en una avenida bordeada de flamboyanes coronados de flores rojas, no recordaba si los había visto en otra ocasión, pero le parecieron bellísimos. - Se dijo en voz alta: - "Árboles de fuego". Pensando a continuación: - ¡Qué cosas tiene la naturaleza y qué curiosas!
- ¿De dónde habré sacado yo que se llaman así?
Al final de la avenida de los flamboyanes, pudo encontrar un banco para reposar su fatiga. Se abandonó a él sin oponer ninguna resistencia, era como si estuviera en casa nuevamente. Fijó su mirada en la bandada de palomas que comían cerca de sus pies, y se dejó ir con el rostro imperturbable y la mirada impasible. El tiempo transcurría inexorablemente, pero él ya no controlaba su paso ni tampoco le importaba gran cosa. Hacía tiempo que se encontraba en su particular mundo, donde no hay memoria ni existen los recuerdos. Ya no se cuenta nada, no se relata ni se escribe ninguna palabra y sólo está la pagina en blanco.
El hombre de la gabardina azul, seguía sentado en el banco; inamovible, aterido de frío, con la mirada ausente. El no lo percibía y no se había dado cuenta, pero de una manera inconsciente se había hecho intemporal. Seguía con la mirada fija donde comían las palomas, viéndolas como se movían de un lado para otro, peleándose entre ellas y tratando de comer el mayor número posible de granos. Seguía imperturbable, inmune al frío y a la lluvia, de vez en cuando se movía un poco rompiendo el prototipo de la estatua.
Mucha gente que retornaban a sus casas después de sus faenas cotidianas, volvieron a reencontrarse con el hombre de la gabardina azul sentado en el mismo sitio, pero mucho más mojado que en la mañana. Muchos pasaron por él indiferentes, tenían prisa por llegar, no era su problema. Otros no podían disimular la sonrisa y comentaban: - será inofensivo - estará loco - habrá tomado alcohol o tal vez estará bajo el influjo de las drogas. Mantenían las distancias, y no había ningún intento de acercamiento para ver que ocurría. Los de buen corazón, los solidarios, se pararon para ver que estaba sucediendo. Era algo inusual ver a una persona de la mañana a la noche, sin moverse y en la misma postura sentada en el mismo banco durante tantas horas. Algo extraño ocurría.
Se acercó sigilosamente al banco y en un tono mesurado y muy cortés le preguntó:
-Señor. ¿ Está usted bien? ¿Le ocurre algo ?
No obtuvo respuesta, ni tan siquiera una mirada. Se sentó junto a él para darle confianza y comprobó que estaba empapado hasta los huesos. Con sumo cuidado comenzó a desabrocharle la gabardina, para poder quitársela y ponerle la suya seca. En la operación de quitarle la prenda mojada, observó que le colgaba del cuello una placa de identificación.
No pasó ni media hora, que los hijos de Don Tomás - el profesor de bótanica - lo recogieran y lo llevaran de vuelta a su casa. No sin antes agradecerle infinitamente a la persona que les había llamado por teléfono, avisándoles donde poder recoger a su padre.
Comentarios
Me identifique mucho con tu relato, porque yo hubiese sido uno de los que se acercaban a preguntar. Siempre que consigo una persona mayor en el metro o en la calle desorientado trato de ayudarles o acompañarlos, me recuerdan a mi madre que aunque no es viejita a veces se desorienta y además algunos mas temprano que tarde llegaremos allí.
Haz tocado mi fibra sensible y me haz hecho llorar, pero te agradezco por hacerlo porque debes en cuanto necesitamos que alguien nos haga ver esto.
Besitos y buen finde.
Tal vez me animo y participo en los Sabados de Mercedes
Recibe un abrazo
iNTERESANTE!!
Desde los mares de Extremadura te doy las orejas!!
QUE EL FUEGO SIGA ARDIENDO
La cabeza puede jugarte una mala pasada como esa, quizas mañana sea yo la que esté sentada en ese banco sin tener idea de que hago alli. Hay que ser un poco mas solidarios.
un abrazo amigo Balamgo
Me ha gustado mucho, un saludo,
Tèsalo
El relato es real como la vida misma. Abrazos.
Quie triste y dramática realidad que todos hemos padecido en alguna ocasión.
Y los demás, que hacemos?
Mirar y no ver, pasar y no estar, murmurar y no actuar.
Conmovedor relato que no tiene nada de ficción sino todo lo contrario.
Un abrazo
Precioso.
Besotes.
Paola
Muy tierno y bonito tu relato
Un abrazo
Un beso de Mar
Ay, ya me hiciste sentir un poco triste.
Diste con el tema sin citarlo. Solos en un parque, de viejos, ahora???
cada cual en su isla, solo?
Sensibles o insensibles, viejos o jóvenes, desorientados o, aparentemente, seguros?
No del todo, solos. Besos.
Felicidades Balamo.
Saludos
Un saludo afectuoso