ü Se entrenaban para estar muertos porque era parte esencial de su trabajo. Trabajadores de las desgracias ajenas. Insensibles e inmunes de las penas y avatares de los otros. Constantemente atentos al sonido de los llamadores que les notifican nuevas muertes. Vigías permanentes, guardianes insobornables de últimas voluntades. Eternamente los primeros en llegar cuando la vida se acaba. Ángeles recogedores de almas, es qué nunca descansáis...